Comentario
CAPÍTULO XIII
Juan de Añasco se vuelve al ejército sin la viuda, y lo que hubo acerca del oro y plata de Cofachiqui
Nuestros españoles, habiendo oído los indios, quedaron confusos en lo que harían y, después de haber habido sobre ello muchos y diversos pareceres, uno de los compañeros dijo más advertidamente: "Señores, por muchas razones me parece que no vamos bien acertados en este viaje porque, no habiendo querido salir esta mujer con los indios principales que le llevaron la primera embajada, antes habiendo mostrado pesadumbre con ella, no sé cómo recibirá la nuestra, que ya nos consta que no gusta de venir donde el gobernador está y podría ser que, sabiendo que vamos a le hacer fuerza, tuviese gente apercibida para defenderse y también para ofendernos, y, cualquiera de estas cosas que intente, no somos parte para le contradecir ni para nos defender y volver en salvo porque no llevamos caballos, que son los que ponen temor a los indios. Y, para las pretensiones de nuestro descubrimiento y conquista, no veo que una viuda recogida en su soledad, sea de tanta importancia que hayamos de aventurar las vidas de todos los [que] aquí vamos por traerla sin haber necesidad de ella, pues tenemos a su hija, que es la señora de la provincia, con quien se puede negociar y tratar lo que fuere menester. Demás de esto, no sabemos el camino, ni lo que hay de aquí allá, ni tenemos guía de quien podamos fiarnos, sin lo cual, la muerte tan repentina que ayer se dio el embajador que traíamos nos amonesta que nos recatemos, porque no debió de ser sin algunas consideraciones de las que he dicho. Sin estos inconvenientes (dijo volviéndose al capitán) os veo ir fatigado, así del peso de las muchas armas que lleváis como del excesivo calor del sol que hace y también de vuestra corpulencia, que sois hombre de muchas carnes. Las cuales razones no solamente nos persuaden, empero nos fuerzan a que nos volvamos en paz." A todos los demás pareció bien lo que el compañero había dicho y, de común consentimiento, se volvieron al real y dieron cuenta al gobernador de todo lo que les había sucedido en el camino.
Tres días después se ofreció un indio a guiar los castellanos por el río abajo y llevarlos por el agua donde estaba la madre de la señora del pueblo, por lo cual, con parecer y consentimiento de la hija, volvió a su porfía Juan de Añasco, y con él fueron veinte españoles en dos canoas. Y el primer día de su navegación hallaron cuatro caballos de los ahogados atravesados en un gran árbol caído y, llorándolos de nuevo, siguieron su viaje. Y, habiendo hecho las diligencias posibles, se volvieron al fin de seis días con nuevas de que la buena vieja, habiendo tenido aviso de que una vez y otra hubiesen ido los cristianos por ella, se había metido la tierra adentro y escondídose en unas grandes montañas donde no podía ser habida, de cuya causa la dejó el gobernador sin hacer más caso de ella.
Entretanto que pasaban en el campo las cosas que hemos dicho del capitán Juan de Añasco, no reposaba el gobernador ni su gente en lo poblado, principalmente con las esperanzas que de largo tiempo habían traído de que en esta provincia Cofachiqui habían de hallar mucho oro y plata y perlas preciosas. Deseando, pues, ya verse ricos y libres de esta congoja, pocos días después de llegados a la provincia, dieron en inquirir lo que en ella había. Llamaron los dos indios mozos que en Apalache habían dicho de las riquezas de esta provincia Cofachiqui. Los cuales, por orden del gobernador, hablaron a la señora del pueblo y le dijeron que mandase traer de aquellos metales que los mercaderes, cuyos criados ellos habían sido, solían comprar en su tierra para llevar a vender a otras partes, que eran los mismos que los castellanos buscaban.
La señora mandó traer luego los que en su tierra había de aquellos colores que los españoles pedían, que era amarillo y blanco, porque le habían mostrado anillos de oro y piezas de plata, y también le habían pedido perlas y piedras como las que tenían los anillos. Los indios, habiendo oído el mandato de su señora, trajeron con toda presteza mucha cantidad de cobre de un color muy dorado y resplandeciente que excedía al azófar de por acá, de tal manera que con razón pudieron los indios criados de los mercaderes haberse engañado con la vista, entendiendo que aquel metal y el que les habían mostrado los castellanos era todo uno, porque no sabían la diferencia que hay del azófar al oro.
En lugar de plata, trajeron unas grandes planchas, gruesas como tablas, y eran de una margajita, que, para darme a entender, no sabré pintarlas ahora de la manera que eran, más de que a la vista eran blancas y resplandecientes como plata y, tomadas en las manos, aunque fuesen de una vara en largo y de otra en ancho, no pesaban cosa alguna, y manoseadas se desmoronaban como un terrón de tierra seca.
A lo de las piedras preciosas dijo la señora que en su tierra no había sino perlas y que, si las querían, fuesen a lo alto del pueblo, y señalando con el dedo (que estaban al descubierto) les mostró un templo que allí había del tamaño de los ordinarios que por acá tenemos y dijo: "Aquella casa es entierro de los hombres nobles de este pueblo, donde hallaréis perlas grandes y chicas y mucha aljófar. Tomad las que quisiéredes y, si todavía quisiéredes más, una legua de aquí está un pueblo que es casa y asiento de mis antepasados y cabeza de nuestro estado. Allí hay otro templo mayor que éste, el cual es entierro de mis antecesores, donde hallaréis tanto aljófar y perlas que, aunque de ellas carguéis vuestros caballos y os carguéis vosotros mismos todos cuantos venís, no acabaréis de sacar las que hay en el templo. Tomadlas todas y, si fueran menester más, cada día podremos haber más y más en las pesquerías que de ellas se hacen en mi tierra".
Con estas buenas nuevas, y con la gran magnificencia de la señora, se consolaron algún tanto nuestros españoles de haberse hallado burlados en sus esperanzas en el mucho oro y plata que pensaban hallar en esta provincia, aunque es verdad que en lo del cobre o azófar había muchos españoles que porfiaban en decir que tenía mezcla, y no poca, de oro. Mas, como no llevaban agua fuerte ni puntas de toque, no pudieron hacer ensayo o para quedar desengañados del todo o para cobrar nueva esperanza más cierta.